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La inagrafía del fin: Fotografía, inteligencia artificial y el eclipse de la historia¹
Ussiel Madera Ferragut
En el contexto de una catástrofe epistémica y ontológica, este artículo propone una reflexión crítica sobre el concepto del “fin de la historia” —en su acepción como clausura de los grandes relatos— articulado con la emergencia de imágenes generadas por inteligencia artificial que simulan la estética fotográfica. Desde la noción de inagrafía, se explora cómo estas imágenes desestabilizan el vínculo indexical entre fotografía y realidad, erosionando las bases ontológicas de la representación visual moderna. Este tránsito implica una crisis no solo técnica, sino histórica, en la que se replantea el papel de la imagen como archivo del tiempo. La inagrafía, al disolver los rastros de lo real, reconfigura los imaginarios de la memoria, la evidencia y la historia misma.
Palabras clave: Inagrafía, inteligencia artificial, postfotografía, fin de la historia, catástrofe ontológica.
Introducción
El “fin de la historia”, entendido como la clausura de los grandes relatos y la suspensión de transformaciones radicales en las estructuras sociopolíticas (Fukuyama, 1992), ha sido debatido en el marco de la posmodernidad como síntoma de una catástrofe cultural. A esta crisis se suma un colapso del régimen visual moderno: la era de la inteligencia artificial generativa ha introducido una imagen sin referente directo de la realidad física, provocando una ruptura en la lógica indexical de la fotografía que, aunque cuestionada por su manipulación, nos indicaba la presencia de una huella de la sociedad y la naturaleza. Este artículo propone que dicha transformación no es solo tecnológica, sino profundamente ontológica, implicando una discontinuidad histórica en nuestra relación con lo visible, lo real y lo narrable.
La catástrofe de la imagen: entre la realidad y la simulación
En el pensamiento moderno, la fotografía se posicionó como un archivo del mundo, una inscripción automática de la realidad sobre un soporte sensible capaz de capturar un momentum del tiempo y el espacio. Así, la fotografía y, posteriormente, el cine —en su etapa precinematográfica y posterior clásica— estuvieron anclados al resultado fotográfico de las imágenes analógicas. Autores como Bazin destacaron la capacidad de la fotografía para ser percibida como un fiel reflejo de la realidad debido a sus propiedades físicas y químicas. Como señala Alcaraz (2015) en que “las imágenes analógicas, con una historia que se inicia en 1839, nos acostumbran a percibirlas como la representación de la realidad o incluso de lo Real mismo, debido a su materia física y química” (p. 3). Además, Alcaraz (2015) subraya el concepto de índex planteado por Charles Sanders Peirce, que describe la imagen fotográfica analógica como un signo natural, influenciado directamente por su objeto; “mirando imágenes fotográficas analógicas, parece evidente que ‘algo estuvo allí’, ya que la huella dejada por la luz al tocar la superficie del papel fotosensible lo atestigua” (p. 3).
Para Bazin (2008), el valor de la imagen cinematográfica reside en su capacidad de actuar como huella directa de la realidad: un testimonio objetivo que se establece a través del registro automático de la cámara. Esta concepción, sustentada en el vínculo indexical con lo real (Barthes, 1980; Dubois, 1994), le otorgaba a la fotografía un carácter de evidencia —entendida como prueba testimonial que asegura la “realidad del suceso” y no solo una huella del pasado—. André Bazin (2008) sostenía que la fotografía preserva al ser por medio de su huella luminosa: una momificación del tiempo. La fotografía, desde el siglo XIX, fue una herramienta privilegiada para inscribir la historia en imágenes: documentó guerras, migraciones, descubrimientos, cuerpos y territorios. Como señala Roland Barthes, cada foto lleva la marca del tiempo: ”eso ha sido“.
La imagen fotográfica, en tanto huella del acontecimiento, fue parte esencial de la narración histórica moderna. Su vínculo con la realidad y el tiempo permitía construir archivos, relatos, memorias y evidencias. Era un lenguaje de lo real.
Sin embargo, las imágenes generadas por IA —aparentemente fotográficas— ya no portan ese referente: no provienen de la luz que refleja un objeto, sino de matrices de datos que simulan lo visible que, en algún momento, sí interactuó con el objeto físico representado. Lo que se produce es una inagrafía: una imagen sin pasado, sin tiempo y sin historia.
Definición y alcance de la inagrafía
El desarrollo de nuevas tecnologías de generación visual plantea la necesidad de repensar el vocabulario con el que las describimos. Ante la insuficiencia de los términos convencionales para referirse adecuadamente a las imágenes producidas por sistemas de inteligencia artificial, esta investigación propone un neologismo que permita delimitar este fenómeno con mayor precisión conceptual: inagrafía.
Ricardo Ocaña (2023) propone el concepto de inagrafía, un neologismo, para nombrar las imágenes generadas por IA que, en el marco de su investigación, se utilizó específicamente para referirse a aquellas imágenes generadas por inteligencia artificial que simulan la estética fotográfica.
El término surge de la combinación de las palabras inteligencia, artificial y el sufijo -grafía (que remite a la inscripción o representación visual), y se define de la siguiente manera:
- Procedimiento técnico mediante el cual se generan imágenes fijas a través de un sistema de inteligencia artificial.
- Imagen resultante producida por dicho procedimiento.
Aunque las inagrafías pueden presentar rasgos visuales similares a los de una fotografía o una pintura —e incluso alcanzar un nivel de mimetismo que las haga prácticamente indistinguibles—, es fundamental subrayar que no pertenecen ni al ámbito fotográfico ni al pictórico tradicional. El concepto de inagrafía enfatiza las diferencias ontológicas y procesuales con respecto a estas formas de representación, ofreciendo así una categoría analítica útil para su estudio.
A diferencia de la fotografía, la inagrafía no registra, sino que inventa; no captura un instante del mundo, sino que simula la lógica estética de lo fotográfico. En este sentido, asistimos a un “eclipse del tiempo”: la inagrafía produce imágenes que se presentan como fragmentos del pasado, pero que no poseen ninguna temporalidad real. No hay un “eso ha sido” (Barthes, 1980), solo un “esto parece”. Vilém Flusser (2002) ya anticipaba que las imágenes técnicas reconfigurarían la relación entre lo real y su representación, al sustituir la intención por el programa. En el caso de la inagrafía, es el programa quien decide la forma del mundo visible. Esta pérdida de la huella nos enfrenta a una catástrofe ontológica de la imagen: la fotografía, como inscripción histórica del mundo, ha sido desplazada por una imagen estadística, estocástica, generativa, cuya relación con la historia es especulativa y, por lo tanto, incierta y poco confiable.
Gilles Deleuze (1985), al hablar de la imagen-tiempo en el cine moderno, advierte una transformación de la percepción que desarticula la linealidad narrativa del tiempo. En la inagrafía, esa ruptura se radicaliza: el tiempo ya no se experimenta, se modela. El algoritmo aprende no del mundo, sino de la acumulación de representaciones previas, lo cual supone una clausura de la experiencia temporal y una virtualización de la realidad.
La catástrofe visual que esto implica tiene consecuencias epistémicas: ya no podemos diferenciar entre el archivo y la ficción, entre lo documentado y lo generado. El testimonio visual pierde su fuerza en una era donde toda imagen puede ser generada a priori, sin evento, sin cuerpo, sin tiempo. Flusser lo advertía: estamos en la era de las imágenes sin mundo.
El fin de la historia como pérdida de narrativas visuales estables
La noción del “fin de la historia” no implica únicamente un estancamiento político, sino también una suspensión de los marcos narrativos que daban coherencia a lo real. Francis Fukuyama (1992) propuso que, tras el colapso de los modelos alternativos al capitalismo liberal, la historia habría alcanzado su destino final: no habría ya cambios estructurales radicales, ni nuevas formas de imaginar lo político o lo social. La historia, como narrativa de transformación y conflicto, se habría agotado. Pero esta noción no se limita al ámbito político. En clave posmoderna (Lyotard, 1979), el “fin de la historia” alude también a la pérdida de fe en los grandes relatos de sentido, en las narrativas universales que articulaban la experiencia del mundo.
Estamos experimentando una nueva forma del capital y del capitalismo —el capitalismo de datos—, que se fortalece en su hegemonía en el siglo XXI. Las tecnologías generativas de IA —como DALL·E, Midjourney o Stable Diffusion— actúan como máquinas de ficcionalización masiva de los datos que recopilan, extraen e interpretan. El presente de estas imágenes generativas y de la inagrafía basa su funcionamiento en la probabilidad, no en el acontecimiento. Esta incertidumbre se maquilla o simula a través de estéticas reconocidas y consolidadas en el imaginario técnico, pero que constituyen parte del imaginario humano preponderante en la actualidad.
La inagrafía es una manifestación de la imagen generativa —aquella que se produce a través de la IA— y surge como resultado de varios factores convergentes que se inscriben en una transformación profunda del régimen técnico, estético y epistemológico de las imágenes en la contemporaneidad. Su aparición no es casual, sino síntoma de un cambio de paradigma visual en la era del aprendizaje automático y los modelos generativos. A continuación, se explican sus motivos de surgimiento y su vinculación con la simulación de la estética fotográfica:
Motivo técnico: la evolución de los sistemas generativos
El principal motor del surgimiento de la inagrafía es el desarrollo de modelos de inteligencia artificial, especialmente redes generativas antagónicas (GANs), transformers y modelos de difusión como Stable Diffusion o DALL·E. Estas tecnologías permiten la creación de imágenes nuevas sin capturar la luz del mundo real, sino a partir de datos, patrones estadísticos y correlaciones semánticas aprendidas de grandes bancos de imágenes.
Motivo epistémico: la crisis de la indexicalidad
La fotografía, desde su invención, estuvo ligada a la huella del mundo, como diría André Bazin, quien consideraba que la cámara preserva la existencia de lo fotografiado a través de una inscripción luminosa del tiempo. Esta concepción fue base de su valor testimonial, histórico y documental.
Sin embargo, la inagrafía rompe esta lógica indexical: ya no hay luz que imprima la realidad en un soporte, sino una simulación estadística de lo que podría parecer una fotografía. Se crea una imagen sin referente, una ficción que imita lo fotográfico sin haber pasado por el mundo.
Motivo estético: la emulación de la estética fotográfica
Uno de los rasgos más relevantes de la inagrafía es que simula deliberadamente la estética de la fotografía: encuadres, desenfoques, aberraciones cromáticas, iluminación naturalista, profundidad de campo, etc. Esto ocurre porque:
- Los modelos de IA han sido entrenados con millones de fotografías reales. Aprenden los patrones formales de lo fotográfico como si fueran reglas estéticas.
- Existe una demanda cultural y comercial de realismo verosímil. Las imágenes generadas deben parecer “reales” para ser útiles, ya sea en publicidad, medios, videojuegos o arte.
- La IA no tiene imaginación, tiene correlación. Al ser entrenada sobre datos fotográficos, su output estético repite las formas aprendidas: simula lo aprendido del archivo visual humano.
Esto genera una paradoja: las imágenes generadas por IA buscan parecerse a la fotografía precisamente cuando ya no lo son. Se produce así una especie de nostalgia o fantasma del referente: la inagrafía nace de una nostalgia maquínica por lo fotográfico. En su esfuerzo por parecer, confirma que ya no es.
Esto convierte a la inagrafía en una estética posthistórica, donde el pasado ya no se construye a partir de la evidencia, sino de modelos entrenados sobre millones de imágenes previas. El archivo ya no es memoria, sino entrenamiento algorítmico. Así, la historia —como narración anclada en lo visible— pierde su centro de gravedad. Levi (2020) afirma que esta “generación espectral de la imagen” abre la puerta a una historia sin cuerpo, una narrativa fantasma sin origen ni destino, que solo puede girar sobre sí misma.
Hacia una estética de la catástrofe postfotográfica
La catástrofe, como disolución de estructuras de sentido, encuentra en la inagrafía su manifestación visual. El colapso de la relación entre imagen y realidad es también el colapso de una forma de mirar el mundo. Los artistas que trabajan con IA —como Trevor Paglen, Pilar Rosado o Mario Klingemann— no solo exploran nuevos lenguajes, sino que evidencian esta grieta ontológica: la imagen ya no nos devuelve el mundo, sino un modelo de él.
Desde esta perspectiva, las artes y los diseños pueden desempeñar un papel crucial. Frente al simulacro, deben asumir una función crítica, especulativa y poética. Deben producir fisuras en la superficie homogénea del algoritmo, revelar las condiciones de su programación, crear espacios para imaginar otras formas de sensibilidad. Flusser (2002) proponía una “reprogramación de la imagen técnica”. Hoy, ante la catástrofe, esa reprogramación se convierte en acto político.
Conclusiones
La aparición de la inagrafía marca una mutación radical en la genealogía visual del mundo. En la era posthistórica, ya no se trata de preservar la huella del pasado, sino de generar simulacros que imitan su estética. Esto plantea una catástrofe para la concepción moderna de la historia como archivo visual y abre la necesidad de nuevas epistemologías de la imagen. Frente al fin de la historia, la inagrafía inaugura un campo de ruinas espectrales donde la catástrofe no es el colapso, sino el terreno de reinvención. Estos procedimientos e imágenes son el “retrato” propio del “fin de la historia” porque representan el colapso del vínculo entre imagen, realidad y tiempo. Es la forma visual de una época que ya no narra, sino que modela.
Frente a este paisaje espectral, las artes y los diseños deben recuperar su potencia como dispositivos de interrupción, interrogación y apertura de nuevos futuros posibles. Desde el arte, más que representar esta catástrofe, deben actuar sobre ella, abriendo grietas en la lógica de la simulación debido a que lo histórico no desaparece: se virtualiza, se dispersa, se vuelve fantasma. El arte puede, entonces, volverse médium de esos espectros y transformarlos en crítica.
Nota
¹ En este trabajo se hizo uso de herramientas de Inteligencia Artificial con el propósito de realizar revisión gramatical, corrección de estilo, generación de imagen de portada y apoyo en la investigación bibliográfica.
Referencias bibliográficas
Alcarez, A. L. (2015). Epistemic function and ontology of analog and digital images. Contemporary Aesthetics (Journal Archive), 13(1), 11.
Barthes, R. (1980). La cámara lúcida. Paidós.
Bazin, A. (2008). ¿Qué es el cine? (4ª ed.). Madrid: Ediciones Rialp.
Deleuze, G. (1985). La imagen-tiempo. Estudios sobre cine 2. Paidós.
Dubois, P. (1994). El acto fotográfico. Cátedra.
Flusser, V. (2002). Hacia una filosofía de la fotografía. Trama editorial.
Fukuyama, F. (1992). El fin de la historia y el último hombre. Planeta.
Levi, S. (2020). La imagen sin cuerpo. Estética y política del archivo en la era digital. Ariel.
Lyotard, J.-F. (1979). La condición postmoderna: Informe sobre el saber. Cátedra.
Ocaña, R. (2023). La inagrafía con apariencia fotográfica en el arte del siglo XXI. Umática, 6, 23-51.
Rosado, P. & Fontcuberta, J. (2019). Prosopagnosia. Premio ARCO-BEEP.
Ussiel Madera Ferragut
Ussiel Madera Ferragut es un cineasta, investigador y docente especializado en artes audiovisuales y medio cinematográfico. Doctorando en Artes y Diseño por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), su investigación se centra en las aplicaciones del aprendizaje automático en el arte post-cinematográfico. Cuenta con una Maestría en Diseño y Comunicación Visual con especialidad en arte digital, videojuegos y tecnologías de la información, así como una Licenciatura en Comunicación Audiovisual con especialización en Dirección de Fotografía por la Universidad de las Artes (ISA).
Ha desarrollado una prolífica trayectoria en la producción audiovisual, participando como director de fotografía, guionista y editor en múltiples proyectos de ficción, documental y videoarte. Su trabajo ha sido reconocido en festivales como Shorts México, Macabro y el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano en La Habana. Paralelamente, ha trabajado como docente en instituciones como la UNAM y la Universidad de las Artes, impartiendo talleres sobre cine documental y fotografía audiovisual. Su experiencia en gestión cultural incluye proyectos de intervención en live cinema y promoción del cine independiente.
Entre sus obras más relevantes destacan “Las hijas de Guadalupe”, documental que explora narrativas comunitarias, y “Territorio Interior”, ficción seleccionada en el Festival ECOFILM. Asimismo, su trabajo como director de fotografía en “Corazón Robado” ha sido reconocido en diversos festivales de cine. En el ámbito de la investigación, ha publicado estudios sobre la influencia de la inteligencia artificial en los imaginarios utópicos y distópicos del cine de ciencia ficción, así como análisis sobre la relación entre el texto y la generación de imágenes en modelos como Stable Diffusion. Su constante exploración de las nuevas tecnologías aplicadas a la narrativa audiovisual lo posiciona como una figura clave en la evolución del cine experimental y digital en América Latina.
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