Revista Plataforma
Sobre Flor Negra, en memoria de Cha Sun-ye.
Resumen
Cha Sun-ye adoptó el nombre de Ramón Díaz en México, Díaz es también mi apellido y Sun-ye mi Tatarabuelo. La novela histórica recién publicada en nuestro país, Flor Negra, es un viaje que, si bien imagina la andanzas de algunos de los coreanos que llegaron en 1905, recuerda las memorias que tenemos todos los descendientes de esta migración. El presente ensayo narra parte de las memorias de Cha Sun-ye, de mi abuelo y ahora mías, a la par de recopilar algunos de los pasajes sobre Flor Negra que están íntimamente vinculados con estas.
Mi abuelo Leobardo fue criado por su abuelo, su abuelo nunca le habló de su cultura, y si Leobardo le preguntaba por ella, Cha Sun-ye contestaba que sabiendo su cultura se sufría mucho y que por ello no le contaba.
Flor Negra, novela escrita por Kim Young-Ha, publicada en Corea en 2003 fue por fin traducida a español y lanzada en México este año 2021, llegando como un abrazo a la memoria de nuestros ancestros y un halo de luz en la búsqueda de nuestras raíces como descendientes, a su vez, honrando las vidas que llegaron en 1905 de Chemulpo a nuestro país y que, gracias a éstas nuestro existir es posible. Flor Negra no sólo significa y conmueve a quienes somos descendientes (o tenemos conciencia de serlo, porque estoy segura de que la mayoría de los descendientes de esta migración lo desconoce), sino que tendría que significar y conmover a la población entera de nuestro país, pues es un testigo escrito que narra a manera de novela una página negra, prácticamente no contada, de la historia en México, la primera migración de 1033 coreanos a principios de mil novecientos hacia América Latina y el cruel destino que correrían a su llegada.
Leer Flor Negra trajo a mí las palabras de mi abuelo sobre el suyo, las historias poco o nunca antes contadas pero resguardadas, encarnadas y atesoradas en los recuerdos de mi abuelo. Así que para mí, a la par de leer la historia de I-chong, de Yon-su o de Pak Kwang-su, leer Flor Negra fue revivir los relatos sobre Cha Sun-ye, mi tatarabuelo. Por tanto, el presente ensayo es inevitablemente un homenaje a mi abuelo Leobardo Díaz Monsiváis por compartir siempre conmigo y permitirme ser su confidente de memorias, a mi bisabuelo Antonio Díaz López, quien falleció muy pronto y del que sólo me quedan algunas fotos y a mi tatarabuelo Cha Sun-ye 차 순 재, quien sepultó su nombre y cultura para protegernos, convirtiéndose en Ramón Díaz.
Agradezco a esta novela por permitirme imaginar con mayor precisión cómo fue la vida de mi tatarabuelo, haber decidido embarcarse y zarpar a un país totalmente desconocido y distinto al propio a principios de 1900’s, reafirmando que, como narra mi abuelo, sólo a base de engaños y mentiras alguien pudo haber decidido hacerlo, además del contexto político que enmarcaba a Corea y dejaba pocas esperanzas de una mejor vida en su país. Imaginar también las peripecias e inmundidades que vivió durante más de un mes en su trayecto en altamar y las que tuvo que pasar al tocar tierra, ser dividido de sus compatriotas y esclavizado por los hacendados henequeneros de Yucatán.
[…] Muy pocas fincas de buena condición estaban cerca de los cenotes, pozos típicos de Yucatán; otras no tenían. En general, el cenote está ubicado a un kilómetro de la hacienda. La lluvia, cayendo al suelo inmediatamente se evapora o se sumerge debajo de la tierra. Esa carencia de agua les chocó primero a los coreanos que venían de una tierra sólida y con abundante agua. Por esta razón, ellos llaman al espacio entre el cielo y la tierra “gangsan”: gang significa río, san, montaña. Los coreanos no podían imaginarse un mundo sin ríos y montañas. Y en Yucatán no había ni ríos ni montañas. (Kim, 2021, p.104).
Mi tatarabuelo Cha Sun-ye se estableció en Tampico, Tamaulipas, donde construyó su casa de madera a la orilla de un río, formó una familia, nacieron sus hijos y después sus nietos. Entiendo ahora que probablemente encontró en este lugar la remembranza de su tierra.
Sin embargo, hay cosas que no puedo imaginarme, como dejar de comer lo que he comido toda la vida, incluso en mis experiencias de viaje, he llevado conmigo chiles para poder cocinar como en mi tierra. Las anécdotas entre los descendientes cuentan que al llegar acá y no tener sus ingredientes, nuestros ancestros substituyeron las algas por acelgas y que el kimchi se hacía con sandía.
[…] Era un día feliz aquel en que llegaban las sandías a la tienda de la hacienda. El sabor de la fruta no era diferente al que conocieron. Cortaron en pequeñas rodajas la parte clara y verde junto a la cáscara y la mezclaron con sal, ajo y chile. Algunos llamaban a esta mezcla Kimchi de sandía y otros, la ensalada de sandía. Ni un pedazo de la fruta se desperdició. (Kim, 2021, p.143).
Cha Sun-ye nunca comía tortillas, mi tatarabuela Isabel le preparaba su bap y le cocinaba col con carne de res, mi abuelo sigue cocinando estos platos para nosotros.
A diferencia de I-chong quien se encontró con el ejército de Villa donde “los revolucionarios le curaron la herida en el brazo y le recomendaron unirse a ellos. Animados por la fiebre revolucionaria, demostraban su espíritu de amistad y solidaridad,” […] (Kim, 2021, p.251), mi tatarabuelo tuvo una experiencia bastante distinta que marcaría su vida y la de nosotros, sus descendientes. Durante un viaje en tren hacia el norte Cha Sun-ye fue cuestionado por un soldado de Villa, “¿Quién eres tú?”, preguntó el soldado, mi tatarabuelo le contestó con su nombre y el soldado exclamó, “Que chasuli ni que chasuli, usted es Ramón Díaz”. Por supuesto ese Díaz fue dicho en burla y ofensa haciendo alusión a Porfirio Díaz. Al parecer mi tatarabuelo entendió que lo mejor para cuidar de sí mismo y de sus descendientes era asumir ese nombre y convertirse en el señor Díaz.
Definitivamente tampoco puedo imaginar salir de mi tierra hacía un país al otro lado del mundo con la promesa de regresar a ella en cuatro años y darme cuenta de que nunca voy a volver, que nunca voy a volver a saber nada de mi familia y que además no tengo a dónde regresar porque mi país ya no existe ya que se convirtió en una colonia más, y que, en el país al que ahora mi existencia se atañe, se me obliga a dejar de ser quien soy, a dejar mi nombre, mi religión, mi comida. Abrazo profundamente el dolor de mi ancestro y toda su migración.
Pienso en la vida de Cha Sun-ye, de I-chong, de Yon-su, como un acto de amor, donde en lugar de aferrarse a lo que uno ama, uno lo deja ir.
[…] I-chong supo que no podía cambiar su decisión. Era la primera vez que ella había escogido tener una vida. Por tanto, lo mejor de todo era desearle felicidad. I-chong acarició la cabeza de su hijo Sop y se levantó. Cuando él se salió de la cafetería, Yon-su se quedó en el asiento tocando los bordes de la silla esculpidos artísticamente. El que despidió a I-chong a la entrada del hotel fue Chong-jun. “Que le vaya bien. Saludos a los pisanos en Mérida”. De nuevo sonó la campana de Celaya en sus oídos. (Kim, 2021, p.289).
A nosotros sus descendientes nos queda agradecer ese acto de amor, agradecer esa migración agridulce, de la cual no sabríamos nada si no fuera por la memoria de nuestros abuelos y abuelas. En nuestro agradecimiento está el seguir contando esta historia, y las miles de historias que derivan de ésta, seguir escribiendo, materializando y vivenciando nuestra ancestralidad.
La deuda sigue latente, las minorías en nuestro país siguen siendo páginas negras en la historia oficial. Ese vacío, ese no encontrarse cuando uno se busca en los libros de historia, se va llenando cuando novelas como Flor Negra se hacen presentes. Escribir este ensayo es agradecer y abonar para saldar la deuda, es decir miren que sí existimos y de aquí venimos, del dolor y el amor de 1033 coreanos que llegaron en 1905 a México.
[…] Kwang-su, como una escultura firme, alzó los brazos, se levantó y se rio. El soldado también se rio, le apuntó con el rifle a la cabeza y jaló el gatillo. Su cuerpo cayó dentro del templo. Los soldados rebuscaron en sus cosas. En un bolsillo encontraron un papel tan descolorido y viejo que al abrirlo, se rompía. El documento decía “Pak Kwang-su, 28 años, oriundo de Wido” y había un sello del Imperio de Corea. Nadie entendía esas letras. (Kim, 2021, p.315).
Toca no olvidar, toca resignificar los nombres adoptados y sus apellidos, toca nombrarnos como descendientes, para que todos entiendan estas letras.
[…] Actualmente, la principal industria de la península yucateca es el turismo. Cada año, llegan millones de turistas a las ruinas mayas. Casi todas las haciendas de henequén están abandonadas, aunque hay algunas que fueron convertidas en museos.
Recién en 1956, empezaron las investigaciones y exploraciones de las ruinas mayas de Tikal, cubiertas por la vegetación. La universidad de Pennsylvania y el gobierno de Guatemala y España decidieron refaccionar la primera y cuarta pirámides, cubiertas por tierra y raíces de árboles. Los investigadores encontraron algunas cabezas y armas oxidadas en la cumbre del templo y sus alrededores, y las enviaron al museo. Sin embargo, no fueron explorados los rastros de los mercenarios que habían estado allí, ni del pequeño y pobre país fundado por ellos.
Toca seguir escribiendo desde acá, desde nosotros, toca seguir escribiendo desde Incheon, desde México, desde Corea y desde ambos, con ambos, toca seguir tejiéndonos, para que las historias no contadas y las flores negras trasmuten a presentes posibles y sean explorados los rastros de esta migración, de sus logros, sus añoranzas y sus sueños. Toca hacer esos mundos posibles, puesto que así estamos agradeciendo y honrando a nuestros ancestros.
Flor Negra es un viaje emocional, con profundos momentos de llanto, rabia y tristeza, pero también con momentos llenos de admiración, contemplación y gratitud. Esta novela es un recordatorio para no olvidar, no olvidar a nuestros ancestros, no olvidar su sufrimiento y no olvidar nuestras raíces, así mismo es un recordatorio para no repetir ni permitir que nadie más sea esclavizado, colonizado y forzado a dejar de ser quien es. Con profundo respeto y estupor agradezco este libro, a su autor, a sus traductores, a la editorial y equipo de trabajo involucrados en hacer posible, después de 18 años de ser publicado en Corea, que se encuentre en México.
No queda más que seguir insistiendo, seguir tejiéndonos y seguir abrazándonos como naciones hermanadas gracias a nuestros ancestros.
Figura 1
Fotografía de Cha Sun-ye y familia.
감사합니다 차순재.
En la fotografía, Cha Sun-ye, su esposa, hija e hijo, yerno y nietos.
Archivo familiar fotográfico, Nancy García Díaz.
Referencia Bibliográfica.
Kim, Y. (2021). Flor Negra. México: Panorama.
Imágenes de Natalia Castañeda


